viernes, 23 de septiembre de 2011

Del fin del sueño y el despertar.


El fin de un Sueño…

A finales del siglo XVIII  se difundía la gran promesa, la gran ilusión de un progreso ilimitado, se alcanzó el sueño anhelado de dominar la naturaleza, de la abundancia material, de la mayor felicidad para el mayor número de personas, de libertad, en general, la esperanza y la fe de la gente; al fin el inicio de la época industrial.

Desde luego, nuestra civilización empezó cuando la especie humana comenzó a dominar la naturaleza en forma activa; pero ese dominio fue limitado hasta el advenimiento de la época industrial.

El progreso industrial, que sustituyó la energía animal y la humana por la energía mecánica y después por la nuclear, y que sustituye la mente humana por la computadora, nos hizo creer que nos encontrábamos a punto de lograr una producción ilimitada y, por consiguiente, un consumo ilimitado; que la técnica nos haría Omnipotentes; que la  ciencia nos volvería omniscientes.  Estábamos en camino de volvernos dioses, seres supremos que podríamos crear un segundo mundo, usando el mundo natural tan sólo como bloques de construcción para nuestra nueva creación.

Los hombres y, cada vez más, las mujeres tenían un nuevo sentimiento de libertad; se convertían en amos de sus vidas: las cadenas feudales habían sido rotas y el individuo podía hacer lo que deseara, libre de toda traba, o así lo creía la gente.

Aunque esto sólo era verdadero en relación con la clase alta y la media, sus logros podían hacer que los demás tuvieran fe en que posteriormente la nueva libertad llegaría a extenderse a todos los miembros de la sociedad, siempre que la industrialización continuara progresando.

En el mismo sentido, el socialismo y el comunismo rápidamente cambiaron, de movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un nuevo hombre en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa, una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro.
Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin límites para todos. La trinidad "Producción ilimitada, libertad absoluta y felicidad sin restricciones" formaba el núcleo de una nueva religión: el Progreso, y una nueva Ciudad Terrenal del Progreso remplazaría a la Ciudad de Dios.

No es extraño que esta nueva religión infundiera energías, vitalidad y esperanzas a sus creyentes. Lo grandioso de la Gran Promesa, los maravillosos logros materiales e intelectuales de la época industrial deben concebirse claramente para poder comprender el trauma que produce hoy día considerar su fracaso.

La época industrial no ha podido cumplir su Gran Promesa, y cada vez más personas entienden que la satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aun del placer máximo; él sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática,
que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los controlan manipulan los gobiernos, los industriales y los medios de comunicación.

El progreso económico ha seguido limitado a las naciones ricas, y el abismo entre los países ricos y los pobres se agranda, los últimos, cada vez más dependientes de los primeros; una dependencia parasitaria que algún día  requerirá de una purga  o vacuna que ponga fin a la dependencia.

Sobre todo, el progreso ha creado desestabilidad ecológica,  guerras, mercantilismo de la vida, nos esclavizo a lo cotidiano, al absurdo y bizarro, a lo material y vanal, nos hizo valorar la tristeza y comercializar la miseria……  Al  fin el sueño termino.

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