El fin de un Sueño…
A finales del siglo XVIII
se difundía la gran promesa, la gran ilusión de un progreso ilimitado,
se alcanzó el sueño anhelado de dominar la naturaleza, de la abundancia material,
de la mayor felicidad para el mayor número de personas, de libertad, en
general, la esperanza y la fe de la gente; al fin el inicio de la época
industrial.
Desde luego, nuestra civilización empezó cuando la especie
humana comenzó a dominar la naturaleza en forma activa; pero ese dominio fue limitado hasta el advenimiento de la época industrial.
El progreso industrial, que sustituyó la energía animal y
la humana por la energía mecánica y después por la nuclear, y que sustituye la
mente humana por la computadora, nos hizo creer que nos encontrábamos a punto
de lograr una producción ilimitada y, por consiguiente, un consumo ilimitado;
que la técnica nos haría Omnipotentes; que la ciencia nos volvería omniscientes. Estábamos en camino de volvernos dioses, seres
supremos que podríamos crear un segundo mundo, usando el mundo natural tan sólo
como bloques de construcción para nuestra nueva creación.
Los hombres y, cada vez más, las mujeres tenían un nuevo
sentimiento de libertad; se convertían en amos de sus vidas: las cadenas
feudales habían sido rotas y el individuo podía hacer lo que deseara, libre de
toda traba, o así lo creía la gente.
Aunque esto sólo era verdadero en relación con la clase alta y la media, sus logros podían hacer que los demás tuvieran fe en que posteriormente la nueva libertad llegaría a extenderse a todos los miembros de la sociedad, siempre que la industrialización continuara progresando.
En el mismo sentido, el socialismo y el comunismo
rápidamente cambiaron, de movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un
nuevo hombre en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa,
una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro.
Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se
traduciría en una felicidad sin límites para todos. La trinidad "Producción ilimitada, libertad
absoluta y felicidad sin restricciones" formaba el núcleo de una nueva
religión: el Progreso, y una nueva Ciudad
Terrenal del Progreso remplazaría a la Ciudad de Dios.
No es extraño que esta nueva religión infundiera energías,
vitalidad y esperanzas a sus creyentes. Lo grandioso de la Gran Promesa, los maravillosos logros materiales e intelectuales
de la época industrial deben concebirse claramente para poder comprender el
trauma que produce hoy día considerar su fracaso.
La época industrial no ha podido cumplir su Gran Promesa, y cada vez más personas entienden que la satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aun del placer máximo; él sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática,
La época industrial no ha podido cumplir su Gran Promesa, y cada vez más personas entienden que la satisfacción ilimitada de los deseos no produce bienestar, no es el camino de la felicidad ni aun del placer máximo; él sueño de ser los amos independientes de nuestras vidas terminó cuando empezamos a comprender que todos éramos engranes de una máquina burocrática,
que nuestros pensamientos, sentimientos y gustos los controlan
manipulan los gobiernos, los industriales y los medios de comunicación.
El progreso económico ha seguido limitado a las naciones
ricas, y el abismo entre los países ricos y los pobres se agranda, los últimos,
cada vez más dependientes de los primeros; una dependencia parasitaria que algún
día requerirá de una purga o vacuna que ponga fin a la dependencia.
Sobre todo, el progreso ha creado desestabilidad
ecológica, guerras, mercantilismo de la
vida, nos esclavizo a lo cotidiano, al absurdo y bizarro, a lo material y vanal,
nos hizo valorar la tristeza y comercializar la miseria…… Al fin el sueño termino.
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